viernes, 24 de octubre de 2008

Tres tankas de Darío Carrillo

Estos poemas recibieron una mención honorífica en los premios literarios Grau Miró 2008, otorgados por l'Associació de Veïns i Veïnes Coll-Vallcarca, en Cataluña, España.


I
Ni lo que digo
Ni la imaginación
Ni la caricia
Puede expresar la lucha
De aquello que me parte

II
Pulsa una frase
En el paisaje blanco
Y sólo un soplo
De superficie de agua
Me impulsa hacia el abismo

III
Y largamente
Tu imagen se presenta
Sin evocarte
Para rehacer el día
En nervadura de hojas

Darío Carrillo



sábado, 4 de octubre de 2008

Darío y la más remota prehistoria

Mucho tendría que decir sobre Darío, quien lo conoce sabe de qué hablo; ya habrá tiempo incluso para que él mismo se presente, pero en esta ocasión quiero dejar aquí un poema suyo que también es mío porque sin duda alguna me recuerda una época querida de la universidad, pero más allá de eso, me recuerda el paisaje particular de una ciudad, ciertos pasos, una playa de San Rafael, las risas inconfundibles de sus mujeres, mal comer, peor dormir y buena compañía.

Así que he tomado esta mañana de la estantería el Triálogo de Darío, que comparte con César Antonio Aguilar e Ignacio Ruiz-Pérez. Por cierto ahora releo las dedicatorias y no deja de ser divertido, verán: la dedicatoria de César es prácticamente una invitación para tomarnos una copita y una efusiva gratitud de amistad, cosa rara porque estoy segura que él no tiene ni idea de quién soy y dudo que me recuerde. Yo sí que me acuerdo de él porque justo trabajaba en la Editora cuando entró en prensa uno de sus últimos libros, La mujer en la puerta, me parece que es el título. Luego está la dedicatoria de Darío, que adivino ese día estaba muy solicitado, pues tuvo que tachar una primera dedicatoria a Emmita para luego dedicármelo a mí, de todos él era el más cercano y sin embargo tiene cierto tono formal, imagino que ensayaba con nosotros, sus amigos, las dedicatorias del futuro, y finalmente la de Nacho, que es tal como él es, espontáneo y de una amabilidad sincera. ¿Quién lo diría Nachito?, casi diez años después...

Bueno, pues he aquí a Darío, seguro ha reescrito esto ya más de una vez, pero lo impreso, impreso está.


La más remota prehistoria

I
Presencia tu calor, se ha vuelto frío
espacio disputado por la sombra
azul, entre los pliegues de la roca,
y tenue inspiración con la que escribo.
No sabrás si tu mundo es el olvido,
horizonte sin magia y sin colores,
o imposible lugar para otras roces
ajenos a la lluvia en desnudez,
cuando observes los fósiles nacer
y sumirse de nuevo en extinciones.

II
Del oscuro pasado de mis días
siete capas de piel quedan abiertas,
siete vetas que siguen a la espera
de abondonar mi carne adormecida.
Profundos manantiales vueltos brisa
procuran no decirme ya palabras,
en tantas ocasiones pronunciadas
que han perdido completa su expresión,
que no fecundan nada y sólo son
sedimentos formantes de otra capa.

III
A torrentes cubierto en sedimentos
edifico de roca la envoltura
gris-azul por el verde que me inunda
y no puede mostrarse en aleteo.
Transformados en blanco de mis sueños,
los recuerdos son puntos cardinales
que señalan mi estancia en el paisaje
observado por ti sin percatar,
que abajo de tus pies es donde está
el impulso voraz de los volcanes.

IV
Después de apantanarnos palmo a palmo
en ciénegas de noches transparentes,
no me importa si vienen otras muertes
a ostentar el sudor que desbordamos.
Si Valle de la Luna es un lagarto
(su lengua induce el pacto silencioso)
y cueva del ocaso, triste oro,
que intenta en otro sueño resurgir;
mi fósil es la piedra en que viví
y tu imagen impresa por mis ojos.

Darío Carrillo


César Antonio Aguilar, Darío Carrillo e Ignacio Ruiz, Triálogo, Xalapa: Durandarte, 1999.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Pintor






Roberto Gutiérrez Currás, Intervalo,
México: Editora de Gobierno del
Estado de Veracruz, 2008.
ISBN: 978-970-626-277-6
Pintor

VOY A DEJAR TODO EN SILENCIO CONMIGO
por ese viejo sentido
de la economía de los recursos
después
arañaré las semanas sobre el papel
los años rojos
los años grises
los años blancos
retales de los años negros;
rojo, gris, blanco, negro;
gato
sobre las arrugas
de una tela aún desafinada.
Camisa rota
luna y fragua.
Dejo todo en silencio al terminar el día
geométrica del aire, el aliento que precede
alrededor de la hoguera
hasta que llega la magia del momento preciso.





sábado, 27 de septiembre de 2008

La casa de uno

La casa de uno es la misma cuna dormida
de la infancia más remota,
el suelo blando que sostuvo antes
la torpeza de los pasos.
El cuerpo es el cofre y sus cerraduras todas,
la casa trasatlántico,
roca en la mar
a salvo de naufragios.

En el bolsillo junto a la arteria femoral
la contraseña de un cerrojo,
abracadabra de un puerto a buen resguardo.

Personas y plantas y libros y cuadros,
ladrillos de argamasas invisibles
abrazados en desorden erigen las cimientes.

Memorias lo mismo de álbumes de fotos desgajadas,
tristes días de luto, adultos plenos de gozo,
días de reyes magos, portazos como aplausos.

La casa de uno es un desplegarse de alas
de las cosas rancias
recién sacadas de un celofán perpetuo
la ropa antigua de nuevo remendada,
el lustre de los zapatos.

Yo me traje una silla hacia una esquina de la casa,
la misma casa y cuna de otros tiempos
que no veré sino en el sueño más profundo.

Me hice a un lado, dejé que los objetos se saludaran,
se dieran la bienvenida.
A sus anchas invadieron los espacios.

Pronto han puesto la mar sobre el desierto,
tendido las camas, lavado los platos.
Pronto colocaron nostalgias en las cortinas
y la luz se traspasa por un filtro de añoranzas.

Flota la casa.
Levantado el ancla de su herrumbre,
navegamos...

Martha Ordaz